Todo
mentira
Uno de los
temas recurrentes en fotografía es el de la alteración de la “realidad”
mediante la manipulación de las imágenes, pero ¿qué es lo que podemos
considerar manipulación? y ¿cuáles son los límites aceptables para que una
fotografía se considere que es reflejo de la realidad?
Lo fácil
es poner el límite en la alteración de la imagen mediante herramientas que
permiten eliminar partes indeseadas y/o añadir elementos nuevos que no estaban
presentes en el momento de la toma. Y digo que es lo fácil porque es
“objetivo”. Es muy fácil ver si la imagen se ha alterado quitando o añadiendo
cosas sin prestar atención a nada más.
¿Pero esto
es así de claro? ¿El límite debe estar ahí, en quitar y poner elementos en la
escena? ¿O hay otras formas de alterar la realidad igualmente agresivas pero
más sutiles?
Nos
cargamos un fotógrafo porque ha añadido más humo durante un bombardeo. ¡Bien!.
Eso no debe hacerse porque altera la realidad. La foto puede quedar más
estética pero añadir más humo es añadir dramatismo y eso no puede ser. Nos
cargamos a otro fotógrafo porque realiza un fotomontaje con la intención de
mostrar algo que en realidad no pasa. ¡Bien!. No se puede mentir. La fotografía
debe mostrar lo que pasa no lo que queremos que pase.
Pero hay
otras maneras de alterar la realidad sin recurrir a este tipo de manipulación.
En el
momento de la toma ya estamos manipulando la imagen porque el solo hecho de
encuadrar supone un recorte partidista y subjetivo de la realidad. Nos influyen
aspectos estéticos, de moda, culturales, ideológicos… que nos hacen destacar
unos elementos por encima de otros.
Todos
sabemos que podemos dar mayor o menor relevancia a un personaje si lo situamos
en un lugar u otro de la composición. Todos sabemos que cuando hacemos un
contrapicado estamos añadiendo orgullo o magnificando al sujeto. Todos sabemos…
La
elección de un determinado objetivo o ajuste de la cámara también influirá
sustancialmente sobre lo que mostramos. Desenfocar sirve, en sentido contrario,
para enfocar solo lo que queremos y eso equivale a aislar a abstraer. Y ya se
sabe que sacando las cosas de contexto podemos transmitir un mensaje diferente
de la realidad.
No
hablemos ya del procesado. Re encuadres, recortes, ajustes de exposición,
brillo, contraste, color, saturación, curvas y niveles… y un largo etcétera de
parámetros de todo tipo que bajo el título de “mejoras” acaban siendo una
alteración más de lo real, parte por condicionantes técnicos y parte por
nuestro propio gusto estético y cultural.
¿Y cuándo
mostramos la fotografía? El contexto, el espacio físico donde se muestra, el
soporte…
Los que
habéis expuesto o presentado vuestras fotografías sabéis de la importancia de
la elección del paspartu, el marco…
Las
imágenes “reales” no gustan. Los papeles y la basura los eliminamos con el
tampón de clonar. Saturamos los colores para adaptarlos a la moda, aunque no se
parezcan en nada a los del momento de la toma. Creamos efectos plata,
satinados…El agua lenta es tan lenta que es irreal (nadie la puede ver así)
pero es lo que gusta y por destacar, para diferenciarnos, hacemos uso y abuso
de todas estas técnicas, a menudo, sin reflexionar sobre el grado en que
estamos alterando la realidad.
Visto esto
vuelvo a preguntar: ¿qué es lo que podemos considerar manipulación? y ¿cuáles
son los límites aceptables para que una fotografía se considere que es reflejo
de la realidad?
No lo sé,
pero empiezo a creer seriamente que en fotografía es mejor no creer todo lo que
vemos.
Para
muestra os dejo dos fotografías de un paisaje tomado moviendo apenas unos
centímetros la cámara. Vosotros juzgareis.
Y para
terminar, un poco de humor. El enlace que hay al final del post os llevará a un
programa de TV que trata precisamente sobre eso, sobre la verdad y la mentira
de las fotografías. Se trata de un relato ficticio de Joan Fontcuberta (Premio
Hasselblad 2013) montado sobre el supuesto valor testimonial que tienen las
fotografías.
Espero que
disfrutéis del relato tanto como yo.
Saludos,
¡Hasta
pronto!
jmartinezbert
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